viernes, 29 de diciembre de 2017

RADIO CLÁSICA DE RNE NOS DESCONCIERTA


Cuando el siglo XXI reinventa modos radiofónicos de los años 60

Aires de cambio en Radio Clásica


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

La radio lo era todo en aquellos años de Guerra Fría y caldo caliente, igual que lo había sido durante las tres décadas precedentes. Arrimábamos en familia la oreja al receptor y llenábamos nuestra vida de boleros y radionovelas que ayudaban a sustraernos de una gris realidad. Para los llaniscos de entonces, locutores como Federico Llata Carrera, con su popular espacio “La caravana de la alegría” en Radio Cantabria, resultaban sencillamente imprescindibles. No se concebían las tareas del hogar y el día a día sin el acompañamiento de Antonio Machín, Manolo Escobar o Matt Monro, sin las dedicatorias “de parte de quien ella sabe”, sin los anuncios de Cola-Cao y sin los melodramas de Sautier Casaseca.   

Lo que no podíamos imaginar es que todas aquellas prácticas del modo de entender el medio en los años 60 iban a ser un modelo a seguir por los directivos de Radio Clásica de Radio Nacional en el siglo XXI, inmersos, a lo que se oye, en la zozobra de una confusa metamorfosis. Si bien se mantiene en ese canal de RNE un bloque de programas fieles a la filosofía original, se están percibiendo síntomas de cambio que nos dejan desconcertados. No estábamos acostumbrados, desde luego, a contenidos en los que predominan de forma espesa la palabra, las opiniones, los comentarios, las entrevistas, las peticiones del oyente, los concursos y los modos, en fin, propios de las emisoras generalistas.

La emisora había venido siendo, desde el principio y hasta ahora, un perfecto ejemplo de divulgación de la música y de democratización de la cultura, la mejor oportunidad para acercar la música clásica al pueblo llano. Creada en 1965 bajo el nombre de Segundo Programa de RNE, renombrada luego como Radio 2 y rebautizada en 1994 como Radio Clásica, gracias a ella nos hicimos aficionados a la música varias generaciones de españoles. Didácticamente, nos ofrecía el disfrute del patrimonio musical de la humanidad, mientras los locutores hacían suya una labor pedagógica y el oyente se enriquecía con clases magistrales en pequeñas dosis (concisas explicaciones que bastaban para enseñarnos a distinguir, por ejemplo,  el clasicismo del barroco), sin esfuerzo, según una fórmula aplicada en Europa desde los años 30, que incluía la retransmisión en directo de grandes conciertos. Un esquema tan simple como eficaz.

La supuesta renovación que han sacado de la chistera los actuales directivos de Radio Clásica para captar nuevos públicos tiene el vicio de confundir la divulgación con la vulgarización del producto. Tal y como se están poniendo las cosas, muchas veces, no queda más remedio que apagar el receptor o cambiar de emisora. Cuando aún está reciente la pérdida de sus dos grandes paradigmas: Juan Claudio Cientuentes “Cifu” (“Jazz porque sí”) y José Luis Pérez de Arteaga, que sabían mezclar la palabra y la música en la justa proporción, resulta contra natura el actual repliegue de la música en beneficio de un desatado torrente de monólogos, diálogos, y circunloquios. Se ha colado, además, la machaconería de un falso concepto de participación ciudadana, secuela del discurso dominante, que invade todas las franjas horarias, como si los oyentes no dispusiesen de cauces bastantes, fuera de antena, para elevar sus opiniones, sugerencias y críticas.

Ante este panorama nos sentimos indefensos y desubicados, añorantes de aquellos tiempos en los que la música era el principal argumento, expuesto linealmente desde la mañana hasta la noche, y sólo interrumpido por oportunos comentarios. ¿A qué viene ahora este afán de dar la murga?

(Diario LA NUEVA ESPAÑA de Oviedo, miércoles 27 de diciembre de 2017)