viernes, 5 de febrero de 2016

LA HISTORIA DEL "CAFÉ PINÍN"

Las hermanas America y Sira Ruales Trespalacios





En la vida y en la muerte del “Pinín”

Cerrado el ciclo vital de un café histórico de Llanes


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

De bebés, a Sira y América, “las Pininas”, las tendía su madre sobre la mesa de billar para que no dieran la lata, y cuando llegaba algún cliente a jugar, las cogía y las llevaba medio dormidas a otro sitio. Habían nacido en 1911 y 1912, respectivamente, hijas de Alejandro Ruales Vadillo y de Pura Trespalacios Martínez, y crecieron en el pálpito de una cafetería finisecular, con camareros de chaquetilla impoluta y tertulianos de lo humano y lo divino alrededor. La madre era de Alles,Peñamellera Alta, y el padre, que había llegado de joven a Llanes desde la Rioja, de Santo Domingo de la Calzada. Ruales, de familia de labradores, entró de camarero en el Hotel Paraíso, donde le pusieron el apodo de “Pinin”, y a principios del siglo XX se haría cargo del café. La única persona que le llamaba Alejandro, y no Pinin, era su esposa.

              El Café Pinin, que cerró sus puertas el pasado 9 de enero de 2016, estuvo bien posicionado en el tiempo y en el espacio. Su aparición tiene que ver con el proceso de expansión urbanística de la villa hacia el oeste, verificado a lo largo del último tercio del siglo XIX y en los albores del XX. Esa dinámica de crecimiento urbano se había iniciado durante la época de Posada Herrera al frente del Ministerio de la Gobernación, cuando se inauguró la nueva casa consistorial y cárcel hacia 1868. En aquel momento ya llevaba funcionando dieciocho años la Sociedad Casino de Llanes, promotora en 1880 de la construcción de un coliseo por aquella misma zona.
La tendencia expansiva hacia Poo, que sigue activa en nuestros días, parecía imparable. El antiguo convento de las monjas agustinas de la Encarnación (hoy hotel Don Paco), que era un edificio solitario y distante, se convertía en colegio en 1873, al tiempo que quedaba abierto el Paseo de la Encarnación, llamado de Posada Herrera a partir de 1893. La construcción de inmuebles como el palacete de Román Romano o la casa de Rafael Labra, ésta de 1890, proseguía junto a la carretera general Oviedo-Torrelavega, que en ese tramo habría de adoptar el nombre de calle de Nemesio Sobrino. Una de las construcciones emergentes sería el teatro de la Sociedad Casino, conocido como el teatro de la Pedraya, por ubicarse en la ería de ese nombre, e inaugurado en 1882.
El Pinín es una consecuencia de la edificación de aquel coliseo, en el que se proyectarían en julio de 1897 las filmaciones de los hermanos Lumière, con las que los llaniscos descubrieron el cinematógrafo. Eran los años de la guerra de Cuba, y la directiva del Casino, ya instalada la sociedad en el primer piso del edificio que albergaba el café, se había suscrito a la agencia informativa “Fabra” para recibir diariamente telegramas con los partes bélicos, que luego se leían al público desde el escenario en los intermedios.
Los domingos por la mañana se notaba enfrente, en la planta baja del Ayuntamiento, bastante animación. Era el día en el que los presos recibían la visita de sus familiares, que les llevaban comida y algunas monedas y charlaban con ellos a través de la verja que cerraba el patio interior. De ello eran testigos Sira y América.
En esa atmósfera es en la que había hecho acto de presencia Alejandro Ruales. El teatro formaba casi una unidad orgánica con el café. Tenía planta de herradura y en sus plateas algunos anocheceres quedaban rendidas a Morfeo Sira y América, que no querían nunca perderse nada. Las funciones eran los jueves y los domingos y el aforo siempre llegaba a cubrirse por completo. Eran películas mudas, por episodios, y el maestro Eloy Marín, profesor de música del colegio de la Encarnación y padrino de la hija mayor de Pinín, ponía al piano la ilustración musical más adecuada a cada escena.

SOCIALISTA Y AMIGO 
DEL ARQUITECTO JOAQUÍN ORTIZ

Asociado a un hombre apellidado Barrero, Ruales sería el último empresario de aquella fábrica de sueños. Cuando se inauguró en 1924 el Teatro Benavente, el de la Pedraya siguió funcionando, pero ya lánguidamente, durante un tiempo. Pinín y su socio intentaron adaptarse a los nuevos tiempos y comprar al indiano Manuel Romano unos terrenos próximos para ampliar el equipamiento, pero el dueño no quiso venderlos.
En esa década empezará una etapa crucial en la vida de Alejandro Ruales, cuando el destino le une a José Armas Caso, quien había llegado a Llanes desde Comillas en 1905 de la mano de Cosme San Román, el padre de la hostelería llanisca. Armas, casado con Isabel González, una excelente cocinera, se convertiría aquí en un reputado hostelero. Con San Román trabajó primero como camarero en el restaurante de la Estación. Luego sería él el concesionario de la prestigiosa cantina ferroviaria (que la había regentado en 1928 y 1929 Joaquín Fernández Vega, el abogado que habría de ser el primer alcalde de la Segunda República) y llevaría también, antes de incorporarse finalmente al Pinin, el bar que más tarde se llamó La Gloria.
Ruales se afilió en 1932 al PSOE (fue cofundador ese año de la Agrupación Socialista local), y vivía con su familia en un piso del Cotiellu, enfrente de la mansión solariega de Cayetano Rubín de Celis. Por su café pasaba todas las noches el arquitecto municipal Joaquín Ortiz, también de ideología socialista, con el que hizo gran amistad, hasta el punto de que en septiembre de 1935 Pinín sería uno de los poquísimos invitados a la boda de Ortiz con la celoriana Regina Tamés en la iglesia de Santo Tomás de Priandi, en Nava. También tuvieron mucha cercanía con el arquitecto las hijas de Pinín, que le prestaron una máquina de escribir “Underwood” casi sin estrenar para que él pudiera utilizarla en su habitación del Victoria, donde estaba hospedado.
Ortiz escuchaba jazz y piezas del género chico en una gramola de la marca “At Water Kent” que había comprado José Armas en 1930. La barra estaba al fondo, y en la parte central había un piano, en el que las Pininas, que habían recibido una buena formación en el colegio de las monjas de la Divina Pastora, tocaban fragmentos de Albéniz. Uno de los camareros, Marino Santamaría, formaría parte del batallón de Manuel Sánchez Noriega, el Coritu, en la Guerra Civil.
Era el Pinin uno de los centros nucleares de la vida social de entonces, al igual que los hoteles Victoria y Paraíso, y entre sus paredes transcurrieron momentos clave de los últimos cien años. A través de episodios cargados de elocuencia, se multiplicaban allí los reflejos de la dialéctica de las dos Españas, como aquella vez, recién comenzada la Revolución de Octubre de 1934, cuando el médico socialista José de la Vega Thaliny, que vivía en el segundo piso del inmueble del Pinín, entró gritando “¡Viva Cataluña libre!”, a lo que el arquitecto Luis Menéndez Pidal, sentado en una mesa junto a su esposa, replicó con toda su alma: “¡Viva Cataluña española!”

EL "PINÍN" Y LA GUERRA CIVIL

El telón de la tragedia se abrió el 18 de julio de 1936. A primera hora de la tarde, el chofer de Thaliny condujo su auto hasta Parres, donde se estaba celebrando la popular fiesta de Santa Marina, y dio aviso de la rebelión militar. Todo el mundo regresó a la villa, y en el Pinin se concentró de inmediato un gran gentío. Tanto en el interior del local como a ambos lados de la calle, al pie de los altavoces instalados en las dos terrazas del bar, la gente permanecía pendiente de la radio. No muy lejos de allí, desde una ventana de su piso del Cotiellu, las Pininas comentaban la gravedad de la situación con Tano Rubín: “No creo que ningún miliciano se meta conmigo, rapazas, pero si alguno se atreve, tengo esto aquí para defenderme”, les dijo a Sira y América el vecino, empuñando una escopeta de caza en el balcón de su casa.
Para entonces, Armas Caso ya llevaba a sus espaldas el peso del Pinin como encargado general, y en aquellos primeros instantes de la guerra acertó a esconder las mejores botellas de vinos y licores allí cerca, en una cueva del foso de la muralla medieval, aunque a partir de los siguientes días y durante todo el período “rojo” quedó prácticamente apartado de la gestión del café, al ser considerado un derechista.
Tras la entrada de los nacionales en septiembre de 1937 cambian las tornas y es a Ruales a quien le toca ahora desempeñar el papel de perdedor. Represaliado por su condición de socialista y estrecho colaborador del Frente Popular, ya no volverá a coger nunca más las riendas del café. Morirá en 1951, y en la España de Franco la lógica inapelable de la nueva era hará que el negocio sea rebautizado como Café Armas. 
Los llaniscos de mi generación conservamos de ese establecimiento vivencias infantiles que van unidas a las Semanas Santas de los años 60, cuando, después de ver en el Cinemar películas sobre la Biblia, entrábamos con nuestra madre y nos empapábamos de las procesiones que retransmitía en directo TVE, mientras los clientes tomaban “café nevado”, especialidad de la casa, en vasos de cristal. En otras ocasiones, acudíamos a presenciar el espectáculo de magia que presentaba algún artista solitario llegado ese mismo día en el tren. Fascinados, sin pestañear, asistíamos a los trucos con pañuelos, naipes y palomas que un hombre con levita hacía de pie sobre una maleta enorme de madera que le servía de tarima. En el exterior del local, mientras tanto, esa tarde y todas las tardes pasaban dos figuras por la otra acera de la calle, fieles a un ritual que se nos escapaba. Eran las hermanas Sira y América, que desde septiembre de 1937 evitaban obsesivamente pasar junto a las puertas del Pinín. Las Pininas habían decidido no volver a pisar nunca más aquel tramo de la acera de su mundo perdido, y se mantuvieron firmes en esa decisión hasta la muerte. 

(LA NUEVA ESPAÑA, 4 de febrero de 2016)