miércoles, 25 de marzo de 2015

"PINGÜINOS EN LA BORBOLLA"

Fachada del Bar La Gloria. (Foto: H. del Río).

Pingüinos en La Borbolla


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

(LA NUEVA ESPAÑA, 12 enero 2008)

Hay cosas que sólo pasan en los chigres clásicos, que aún son capaces de provocar coincidencias cósmicas, al modo de las conjunciones entre los planetas. Los pocos bares con alma que nos quedan tienen mucho de espacio escénico, de género chico, de corral de comedias, donde se juntan los últimos de Filipinas y el hambre con las ganas de comer.
En los chigres se improvisan espectáculos espontáneamente (y torrencialmente), como si obedecieran a un guión concebido al unísono por Pachín de Melás, Billy Wilder y Eugenio Ionesco. Que se lo digan, si no, al forastero que aterrizó el otro día en el bar “La Gloria”. Era 28 de diciembre, festividad de los Santos Inocentes. Empezaba a anochecer en Llanes cuando aquel hombre -un turista de segunda residencia, quizá, propietario reciente de un pisito en el barrio de San José- toma posiciones en la barra. Se ve a la legua que es una persona civilizada (tal vez, un profesor de IES acariciando la hora de la jubilación). Se atrinchera en el córner con la determinación de Livingstone descubriendo el lago Ngami, y pide a Pepín Sánchez Inclán una cerveza. Y se levanta el telón: irrumpe en escena Manolo Melijosa, “El Parru”, con una entrada algo alborotada, muy de las suyas. Como buen marinero que es, “El Parru” suelta una predicción meteorológica: “¡Puñeteru fríu! ¡Esta noche hay pingüinos en La Borbolla!”
Entra Cosmín Menéndez en su silla de ruedas, y todos nos disputamos el honor de franquearle la entrada. Le sigue Guillermo, el de “La Sirena”, que arranca con una canción de “Los Panchines”, la inolvidable orquestina local de los años cincuenta y sesenta, en la que Cosmín -un gigante de medio metro de altura- tocaba la batería: “¡Si te dan chocolate, / oui, oui, oui, / tómalo todo, dengue, dengue, dengue…!” Nos ponemos todos a cantar, dirigidos por Guillermo.
Se declara una tregua. Un entreacto. Pepín descuelga el teléfono y habla con su hijo mayor, que está estudiando Derecho en Madrid. “Y dime: ¿cómo van las relaciones diplomáticas España-Israel?”. El vástago del chigreru está ultimando un trabajo de fin de carrera sobre política internacional, y el turista escucha algo que era lo último que esperaba escuchar allí. Empieza a mosquearse y a pensar en la CIA, en el Mossad y en la reabierta crisis de Oriente Medio. Aprovechando que alguien deja la puerta abierta, es el momento elegido por Cosmín para hacer mutis por el foro a toda pastilla, como si le persiguiera un comando talibán. El turista da un bote sobresaltado, pero no pasa nada. No cunde el pánico. Simplemente pasa que a Cosmín le ha entrado la urgencia de cambiar el agua al canario. Tarda más de la cuenta en regresar a su puesto, y cuando reaparece se le amonesta paternalmente: “¡Teníamos miedu de que te hubieran secuestrau! ¡Muchu tardasti, jodido!” Y Cosmín responde con buenos reflejos de hombre de mundo: “No es lo que tardo en mear, amigu…, ¡es lo que tardo en encontrala!”

Alguien entona otra canción clásica de “Los Panchines”, “El baile del Musulmé”, y con ello moviliza de nuevo al coro. Pausa. “¡Pepín, pon una ronda, salao!”, pide un paisano que empieza a relatar un suceso extraordinario: “Estaba yo haciendo footing anoche, por fuera del Polideportivo, cuando miro p’atrás y veo un raposu, que me seguía igual que un perru falderu. Corrí con el zorrín en los talones, como si nada, hasta que acabé las vueltas, y allí quedó el animalín, tan perenne”. El forastero -que ha presenciado un espectáculo lineal, sin fisuras, como los de Broadway- se despide y se esfuma, mientras en el bar continúa la función. “¡Mucha burrología…!”, empieza diciendo “El Parru” en el inicio del segundo acto.

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