sábado, 2 de marzo de 2024

LA DESCONOCIDA VIDA POLÍTICA DE LOS HISTORIADORES VICENTE PEDREGAL Y FERNANDO CARRERA

 

Vicente Pedregal, a la izquierda, y Fernando Carrera. (Archivo EOA). 




Alcaldes de circunstancias 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ


Sin ser un político en sentido estricto, Vicente Pedregal Galguera (1882-1959) dedicó veinte años de su vida a la política local y llegó a ser alcalde en plena Primera Guerra Mundial. Tan alejado como él del estereotipo político, a Fernando Carrera Díaz-Ibargüen (1877-1973) le tocó asumir la alcaldía en 1935, cuando España estaba a un paso del abismo. Ambos son en Llanes referenciales ejemplos de hombres de letras transformados en alcaldes.  

Pedregal, hijo de comerciantes, había presidido el Círculo Católico Obrero y la Sociedad Obrera Instructivo Recreativa de Socorros Mutuos “El Porvenir”; fue gerente del Banco Mercantil, interventor del Banco Asturiano, socio de Conde y Teresa en la fábrica de conservas de pescado “La Llanisca” y profesor de Francés en el instituto de Torrelavega y en la Escuela de Trabajo de Llanes durante los años de la Segunda República. Sin embargo, lo más determinante en su trayectoria fue el estudio de la historia y el ejercicio literario y periodístico, que le valieron para ser designado cronista oficial. Entre sus obras principales figuran los “Cuadernos de Paleografía llanisca” y la novela “César Pariente”. Supo extraer datos fundamentales en los archivos apropiados (el de Simancas y el de la Chancillería de Valladolid, entre otros) y recomponer el universo llanisco a través de cientos de artículos publicados en los semanarios locales. Un hijo suyo, Vicente Pedregal Laria, fue corresponsal de guerra en 1936 y 1937 y recreó en las páginas de EL PUEBLO escenas de campaña vividas en el puerto de Tarna junto a El Coritu, legendario comandante del ejército popular. 

Al igual que Pedregal, Fernando Carrera Díaz-Ibargüen fue cronista oficial y colaborador habitual de EL ORIENTE DE ASTURIAS. Miembro del Instituto de Estudios Asturianos, de la Real Academia de la Historia y de la Comisión Provincial de Monumentos, había sido vicecónsul de España y profesor de la High School en Los Ángeles (California) a principios de siglo. Los libros “El celtismo cántabro-astur” (1927) y “Reseña histórica de Llanes y su concejo” (1965) forman parte de su espléndido legado.  

Pedregal era un hombre resolutivo. Como concejal, en 1917 había gestionado con éxito el problema de la escasez de carbón en la villa (la prensa le calificaba entonces como “concejal maurista”) y sería alcalde desde junio de aquel año hasta enero de 1918. Impulsa la integración del histórico Gremio de Mareantes de San Nicolás en la sociedad “El Porvenir”, y en agosto, con motivo de la huelga general revolucionaria convocada en todo el país por UGT y el PSOE -a la que se suman en la villa los empleados del ferrocarril-, decide reforzar la policía municipal con guardias jurados, al tiempo que ordena, bajo pena de multa, que las fondas comuniquen diariamente a las autoridades la identidad y procedencia de sus huéspedes.

Carrera había sido nombrado concejal en octubre de 1934, una vez sofocada en Llanes la revolución y con Gabriel Teresa colocado en la alcaldía por la autoridad militar. En el Consistorio siguiente, presidido por Regino Muñiz, será primer teniente de alcalde, y, cuando Muñiz y los concejales de la CEDA dimiten en protesta por la conmutación de las penas de muerte a los responsables de los graves sucesos del 34, se convierte en alcalde. Desempeñará el cargo desde diciembre de 1935 hasta las elecciones de febrero de 1936, que darían el triunfo a las izquierdas. Declarada la guerra, permanecerá escondido en su domicilio, detrás de una falsa pared, librándose así del acoso del Comité del Frente Popular y del angustioso registro que efectuaría en la vivienda Juan Antonio Pesquera al frente de un grupo de milicianos llaniscos. Hoy, no obstante, casi nadie sabe que el historiador había sido alcalde de Llanes. 


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 2 de marzo de 2024). 



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viernes, 16 de febrero de 2024

FRANCISCO CASANOVA AGUIRRE, MÚSICO Y POLICÍA LOCAL TORRELAVEGUENSE, EN LA ESTRECHA RELACIÓN DE LA BANDA DE MÚSICA DE TORRELAVEGA CON LA FIESTA DE LA GUÍA DE LLANES

 

Paco Casanova, al anunciarse su jubilación, el 6 de agosto de 2012. (Foto: Europa Press)




Un saxo para la Virgen 




HIGINIO DEL RÍO PÉREZ


Desde los años 60 y hasta 2012, Francisco Casanova Aguirre (Ganzo, Cantabria, 1947), viudo de Felisa Santos, de Viérnoles, y padre de Francisco y de Sonia Casanova Santos, veía en Llanes bailar la danza de los Arcos a niñas que hoy son abuelas. Como él dice, “cincuenta años dan para mucho”. Era el más popular de la Banda Municipal de Música de Torrelavega en aquellos pasacalles, desde la calle Pidal hasta la estación del ferrocarril. Los niños se querían hacer fotos con él, y Casanova los coronaba con su gorra de plato y les ponía en la mano el saxofón, que era como un cetro de oro.

Dondequiera que fuera, y con toda naturalidad, siempre ha desplegado el magnetismo de Gaspar, Melchor o Baltasar en la cabalgata de Reyes. Su paisano Pepe Hierro tuvo ocasión de comprobarlo una vez en Cabezón de la Sal, al paso de una procesión nocturna: el poeta sostenía en brazos a su nieta pequeña, que de pronto, en  medio del silencio, estalló en un estridente sollozo. El saxofonista abandonó la fila a toda mecha, se acercó a la cría, le hizo una de sus gracias, y al instante cesaron los lloros. El autor de “Tierra sin nosotros” le quedó eternamente agradecido por ello.

Policía y músico ya jubilado, la vida laboral de este hombre ha estado siempre unida al organigrama del Ayuntamiento torrelaveguense, donde empezó como cobrador del agua a domicilio, y acabó convirtiéndose en el funcionario municipal más antiguo. En 1975 ingresaría en el cuerpo de la Policía Local.

Había empezado a estudiar solfeo a los diez años, y a los trece ya se defendía con el saxofón. Se incorporaría a la Banda de Torrelavega en 1966, y ese mismo año tocó por primera vez en la fiesta de la Virgen de Guía en Llanes. Cincuenta años transcurrieron sin que faltara a la fiesta llanisca, siempre involucrado en el acontecer y en las páginas de la historia reciente del bando del nardo. (Cuando se produjo el fallecimiento repentino del médico Antonio Celorio Sordo el 8 de septiembre de 1974, en el momento mismo en el que se procedía a subastar los roscos, allí estaba Paco Casanova, a un metro escaso del galeno, como testigo del suceso).

Iban a Llanes siempre en autobús y tardaban 4 o 5 horas en llegar, de ahí que habitualmente hiciesen el viaje el día antes. La mitad de la banda se alojaba en La Covadonga, y el resto en La Puerta del Sol. La dirigía entonces el valenciano Aurelio Sanchís Ruiz, enjuto, tieso y grave. (A lo largo de su carrera en la Banda de Torrelavega, Paco Casanova tendría cinco directores: Lucio Lázaro López, Aurelio Sanchís, Alfonso Benitez Martínez, con el que irían a tocar a Rochefort, localidad francesa hermanada con Torrelavega, José Martínez Ortiz y Alfonso Díaz Casado). Entre sus cuarenta integrantes estaba Mariano Díez Ortega, oboe, casado con la llanisca Cuca García Trespalacios, de la familia de “los Buzos”, al que se sumaría después su hijo homónimo, que tocaba el clarinete.

La conexión de Casanova con Llanes, no obstante, se remonta a 1964, cuando fue a tocar a Andrín con una orquestina formada por él y un matrimonio con muchas verbenas a cuestas (el marido, Julián Salamanca, ciego, manejaba el acordeón, y la esposa, Alejandra Mena, la batería). Aquella actuación tuvo que desarrollarse bajo techo, en la Casa de Concejo, por la lluvia, ante un público cordialmente dividido en dos grupos irreconciliables: unos bailaban, mientras los otros veían el fútbol en la tele. Los músicos pernoctaron en casas particulares y al amanecer, cargados con sus bártulos, como en una película del primer Berlanga, cogieron el tren en San Roque del Acebal. Desde aquel viaje de vuelta a Torrelavega, el idilio entre Llanes y este singular saxofonista no ha hecho más que crecer. Quizás algún día reciba aquí el homenaje que se merece. 


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 28 de enero de 2017). 







Aurelio Sanchís, al izquierda, en el acto en el que tomó el relevo de Lucio Lázaro en la dirección de la Banda Municipal de Música de Torrelavega, el 20 de abril de 1963. (Fotografía tomada de la página de facebook TORRELAVEGA, RECUERDOS). 





miércoles, 14 de febrero de 2024

A DOLORES SÁNCHEZ BUERGO, LA GALANA, IN MEMORIAM

 

Intervención poética de Dolores Sánchez Buergo, la Galana, en la sesión audiovisual ofrecida en la Casa de Cultura de Llanes por el fotógrafo Bruno Fernández, el 1 de octubre de 2016. (Foto: Germán Martínez Azumendi). 



"Escribochar" en Pría 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ


Con tan solo cinco años de edad, la Galana (Dolores Sánchez Buergo, Piñeres de Pría, 1936), ya tenía montado su escritorio y, como dice ella, “escribochaba”. No sabía aún escribir, pero garabateaba y desplegaba sus sueños sobre dos cubetas de abejas, en una solera escondida entre hiedras, naranjales y cañas de bambú. No mucho después, empezaron a mandarla hacer alguna tarea de labranza y buscar comida para las vacas, y a ella, entonces, se le escapaban lágrimas de rabia al verse apartada de aquel rincón de la huerta familiar. (Ya dijo Larra que en España escribir es llorar). 

Su madre, viuda de un maestro nacional asesinado por unos milicianos republicanos en la Guerra Civil, le recitaba poesías que ella memorizaba. A los siete años era capaz de repetir fábulas y versos, poniendo la entonación adecuada. 

En la posguerra, ante la falta de sitios donde poder comprar libretas, la cría aprovechaba el reverso de talonarios usados, de la tejera que tenía su abuelo paterno, Evaristo, en Ceares. Llegado el caso, “escribochaba” también sobre hojas de árboles secas, después de leer líneas sueltas de “La Retórica” de Amable González Abín, que le había regalado una hija del escritor y erudito de Nueva. Tampoco había tinta, y era preciso inventarla, a base de remover tierra húmeda, mezclada con moñigas y mexu del ganado. (Lo terrible era el puñetero olor que dejaba aquella caligrafía de supervivencia).

Una vecina del barrio de la Rondiella, que no sabía leer ni escribir, le pidió que redactara una carta para un hijo suyo que andaba por el mundo y del que hacía años que no sabía nada. Ese mundo, intuido por la mujer como inhóspito y remotísimo, era Salamanca. La Galana, que tenía entonces catorce años, le compuso una misiva en versos, digna de una escritora curtida, y en ella contaba al destinatario noticias de bodas, bautizos y defunciones. A fulano de tal, según aquel relato poético, ya le habían dado de alta en el hospital de Oviedo; la cosecha de manzanas de ese año tenía pinta de ser de campeonato; los abuelos de mengano seguían estando hechos unos mozos, pese a haber cumplido los noventa y tantos; al ‘jiyu’ mayor de citano le habían destinado al Ferral; y, por fin, parecía que el Ayuntamiento iba a arreglar el camino de la iglesia…

Todo lo que vino después quedó resumido, discretamente y sin ningún reconocimiento público, en dos poemarios publicados por la editorial Trabe en 2001 y 2003, respectivamente: “Manoyos escoyíos” y “Goteras d’ orbayu”. Hoy, a sus ochenta años, la poeta labradora cultiva en soledad versos y flores (cinnias, azucenas del Cristo, dalias y hortensias, que luego lleva en taxi a la Casa de Cultura de Llanes, para adornar el vestíbulo), “espantando caracoles”.

Hace unos días, la Galana fue invitada a participar en una sesión audiovisual ofrecida por el fotógrafo vasco Bruno Fernández, cuya exposición “Con vistas al mar”, abierta hasta mañana domingo en el centro cultural llanisco, impresiona en su visión apocalíptica de los bufones de Pría.


    “¡Gigante tremebundo de los mares,
juego de viento y agua!,
¡roncón de omnipotente gaita!”

La voz de la poeta, desgarradora, sonó en un salón de actos sobrecogido por imágenes y palabras hechas espuma y mar.


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 15 de octubre de 2016). 




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lunes, 29 de enero de 2024

HENRY KISSINGER Y MELCHOR F. DÍAZ: UNA CONVERSACIÓN EN OVIEDO SOBRE FÚTBOL

 

Henry Kissinger y Melchor F. Díaz, celoriano de adopción..


Forofismo y política internacional 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ


En Henry Kissinger (1923-2023) el fútbol fue siempre una pasión inveterada. El controvertido ex secretario de Estado norteamericano, impulsor de la distensión con la Unión Soviética y del restablecimiento de relaciones diplomáticas con la República Popular China en los años 70, sabía leer las complejidades de los encuentros y analizar con criterio las tácticas y estrategias del juego. Podría haberse ganado la vida como comentarista deportivo.

Nacido en Fürth, Baviera, hijo de padres judíos, Heinz Alfred Kissinger Stern había empezado de crío a patear un balón en las instalaciones de la sociedad deportiva hebrea Bar Kochba de Núremberg. Llegó a jugar luego con los juveniles del club local de fútbol Spielvereinigung Fürth, de primera división. La judería de Fürth, consolidada ya en el siglo XVI, contaba con hospital propio desde 1653 y era un paradigma de asimilación. En tiempos de la República de Weimar su población representaba la cuarta parte del censo de la localidad.

Todo dio un vuelco trágico a partir de la llegada de Hitler a la cancillería en 1933. En la “Noche de los cristales rotos” (9 de noviembre de 1938), inicio de la Shoah, los ataques perpetrados en Fürth contra familias y propiedades judías quedarán reflejados en un reportaje gráfico -uno de los más amplios que se conserva de aquellos hechos- realizado por fotógrafos que acompañaron a las SA durante el pogromo. Hacía tres meses que los Kissinger habían emigrado a Estados Unidos. Heinz, que tenía quince años, no regresaría a Alemania hasta la derrota del Tercer Reich. Lo haría formando parte de la sección de Inteligencia Militar de una división norteamericana y actuaría como traductor en interrogatorios a agentes de la Gestapo.

Aquel joven estudiaría después en Harvard, se afiliaría al Partido Republicano y rediseñaría el orden internacional, pero siempre con el balompié metido en la cabeza. En los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX nadie promocionaría el fútbol tanto como él. Cuando se retiró de la primera línea política influyó decisivamente en el fichaje de Pelé y Beckenbauer por el Cosmos de Nueva York y consiguió que Estados Unidos organizara el campeonato mundial de 1994. Su gran triunfo.

Una exposición sobre la presencia judía en la historia del fútbol alemán, organizada en Fürth coincidiendo con el Mundial de Alemania (2006), rendiría homenaje a Kissinger con un original y elocuente golpe de efecto. La muestra se titulaba “Kick it like Kissinger” (“Patéala como Kissinger”), y entre los contenidos se recogía la memoria de hombres como Walther Bensemann (1873-1934), jugador, creador de clubes y fundador en 1920 de la famosa publicación deportiva “Kicker” (que sigue siendo la principal de Alemania en su género); el austriaco Hugo Meisl (1881-1937), jugador, entrenador y audaz pionero de la profesionalización del fútbol, y el mítico goleador Julius Hirsch (1892-1945), víctima de los nazis en el campo de exterminio de Auschwitz.

El ex mandatario, que nunca fue jurado de los Premios Príncipe de Asturias, acudiría a Oviedo a finales de 1993 para dar en el Teatro Campoamor una conferencia sobre política internacional. Visitó la redacción de LA NUEVA ESPAÑA y fue invitado a almorzar en la primera planta del edificio de la calle Calvo Sotelo 7. Durante la sobremesa, Melchor F. Díaz, director entonces del periódico, sacó a colación el tema del fútbol, y Henry Kissinger se explayó a gusto. “Tenía un vozarrón tremendo”, recuerda hoy el periodista de El Entrego. 


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el viernes 26 de enero de 2024). 








Henry Kissinger Stern, a los 8 años de edad, en su Fürth natal (1931).

Con Pelé en 1975, cuando el futbolista brasileño debutó en el Cosmos de Nueva York..








lunes, 15 de enero de 2024

MALEABILIDAD DE HIERRO EN COMILLAS

  

Cementerio de Comillas. A la derecha, el ángel blanco, obra del escultor barcelonés Josep Llimona i Bruguera (1863-1934)



Un escultor llanisco restaura la verja diseñada en 1893 por Doménech i Montaner para el cementerio de la localidad cántabra 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

La senda emprendida por Antonio Sobrino Sampedro en los años noventa parte de un diálogo permanente entre el fuego y el hierro. De temprana vocación artística, este escultor nacido en 1970 ha sabido aprovechar todos los recursos a su alcance. De su tío abuelo Emilio Sobrino Mier, condiscípulo de Juan de Ávalos en la Escuela de San Fernando, aprendió fundamentos de talla, dibujo y pintura; en paralelo, de la mano de su tío Antonio Sampedro Marcos se iniciaría en el oficio de forja en la herrería familiar de Bricia, en la que su abuelo materno, Antonio Sampedro Collado, se había dedicado a hacer carros de labranza y enrejados. Golpe a golpe, Antonio Sobrino Sampedro acumula ya, apasionada y pacientemente, tres décadas de trabajo, que desde 1992 comparte con Mercedes Cano Redondo (Madrid, 1971) en una unión profesional y personal a todos los efectos.

En 1994 empezaron su proyecto “Hierro vivo”, al que siguen entregados, y en 1999 participaron en un taller de escultura impartido por Martín Chirino en la Fundación Botín de Santander. A estas alturas contabilizan en común obras repartidas por muchos lugares, como “El Estudiante” (1995), en el Campus de Humanidades de la Universidad de Oviedo; “Esperanza” (1999), escultura móvil eólica inaugurada por la Reina Beatriz en la localidad holandesa de Wijk aan Zee; “Trilobite” (2001), en los jardines del Centro de Escultura Museo Antón de Candás; “Con tempo” (2002), una intervención en el casco histórico de Llanes que supuso la colocación sobre el empedrado de 93 placas de metal, en las que figuran frases extraídas de poemas de Celso Amieva; “Lluvia” (2003), en el patio de la Casa Consistorial llanisca; o “Domus” (2006), pieza triplicada que se muestra en espacios públicos de tres localidades hermanadas: Llanes, Adeje (Tenerife) y Tías (Lanzarote).

Su vida está centrada en el taller de fragua de la casa en la que residen, en la localidad de Barro, donde doman materia incandescente, despliegan repertorios y conjugan formas y lenguajes que asemejan movimientos de la naturaleza. Sus obras de gran formato están concebidas para interactuar con el entorno (lo que resulta evidente en la exposición “Cardumen”, presentada el mes pasado en el Centro de Arte Contemporáneo de Villapresente, en Reocín, Cantabria); al propio tiempo, dan forma a sutiles trabajos de escala más pequeña, en los que combinan el hierro con la madera y la cerámica. 

El mejor conocedor del quehacer de la pareja, el crítico Ángel Antonio Rodríguez, ha pergeñado las características esenciales en la obra de ambos: la transmutación del hierro en metáforas; la visión poética de lo matérico; la maleabilidad; el equilibrio con el espacio circundante; la sugerencia de introspección; saber leer la materia y ponerla en contraste con referencias morfológicas y constructivas.

Escultores y herreros, artistas y artesanos, Antonio y Mercedes aúnan vanguardia y tradición, y cada vez son más reclamados desde fuera del Principado. Recientemente, les fue encargada la restauración de la verja del antiguo cementerio de Comillas, en cuyo centro se conservan las ruinas de un templo gótico, un espacio histórico que había sido reformado en 1893 por Doménech i Montaner. El arquitecto catalán agrandó el camposanto, lo rodeó de una cerca de mampostería, escalonada para adaptarse al terreno y rematada por pináculos, y diseñó para el arco de entrada una monumental verja modernista, en la que resalta la simbología cristiana. Esa es la pieza que acaba de restaurar Sobrino. En la tarea invirtió dos años, a lo largo de los cuales compuso y ensambló un puzzle de 1.300 elementos nuevos de hierro forjado, idénticos a los originales. Pura orfebrería. 

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el viernes 12 de enero de 2024). 


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La verja modernista, objeto de la singular restauración. 

Placa instalada en el pavimento de la entrada.

Antonio Sobrino Sampedro y Mercedes Cano Redondo, ante la puerta de la histórica necrópolis.

lunes, 27 de noviembre de 2023

EDUARDO ESTEFANÍA, EL INOLVIDABLE JAYO

 


OPINIÓN                                           


Jayo, hombre de citas históricas


Desde la antigua Plaza Mayor de Llanes, el comerciante llanisco Eduardo Estefanía vivió los avartares del siglo XX 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Eduardo Estefanía Rodríguez, Jayo (1901-1993), vástago de una importante familia de Llanes, era, en esencia, una persona del común, sencilla y servicial, que disfrutaba de una existencia sin sobresaltos, y acaso también, irremediablemente gris. No obstante, por un instintivo sentido de la oportunidad, o por capricho del destino, sabía estar en el meollo de las grandes citas. Su estampa, enjuta y amable, ha quedado registrada en álbumes y hemerotecas, lo que es una manera de pasar a la historia. Veamos tres ejemplos: en la célebre película documental “Llanes 1917”, que rodó la productora Pathé Frères en septiembre de aquel año, se le distingue a él en una animada secuencia tomada en la Vega de la Portilla, durante una partida de bolos; en junio de 1929, con “El Pájaro Amarillo” aún vibrante tras su aterrizaje de emergencia en la playa de Oyambre, posará Jayo, en actitud de avezado testigo de la historia, delante del avión francés; y en agosto de 1931, en otra jornada memorable para la aviación, se fotografiará en la Cuesta de Cue al lado de Benjamín y Desmazières, los aviadores que acababan de llegar de Francia y que impulsarían aquí el desarrollo de la actividad aérea.

Jayo se contaba entre los comerciantes clásicos de la antigua Plaza Mayor. En ese espacio, que desde 1915 lleva el nombre del diputado y senador liberal José de Parres Sobrino (1865-1917), transcurrió su vida entera al frente de un local situado en los soportales, entre la fonda La Guía y la casa en la que nació José de Posada Herrera. Aún crepita frente a ésta el recuerdo de un episodio de la francesada, cuando en 1808 la soldadesca napoleónica amontonó y quemó allí libros, armas y muebles expoliados. El dueño de la mansión saqueada era el coronel retirado Blas Posada, estratega de la lucha guerrillera de los patriotas llaniscos, al que las fuerzas invasoras no conseguirían apresar en ningún momento de la guerra.  

La tienda de Jayo (en la planta baja de la casa que había mandado construir su abuelo materno, el ferretero avilesino José Rodríguez Sobrado, alcalde de Llanes en 1884) presentaba sin complejos el aire de otra época. Detrás del mostrador estaban él, con su bata gris y un lápiz en la oreja, y su hermana Rosita (1909-2003), catequista y devota feligresa. Los dos, solteros, sanrocudos y personas de ley. Entre un sinfín de artículos de incuestionable utilidad, vendían ropa de faena, electrodomésticos (que duraban treinta años, como poco) y telas por metros para cortinas y manteles. Los televisores eran de la marca Philips, y las antenas en los tejados las instalaba un dúo de muchos quilates: el farero de la villa (Glicerio González Velasco) y un pluriempleado funcionario de Correos (José María Sánchez García).

Jayo y Rosita compartían el lirismo y la épica de la Plaza con personajes como Manolo el Marigordu”, los Buj, los Sordo o los Rozas, y con negocios de rango emblemático, como el bar de debajo de los arcos (“Perru y Mediu”), La India, la ferretería Alonso o la frutería “Marien” (antigua carnicería de “el Coritu”, legendario comandante de milicias republicanas en la Guerra Civil), envuelto todo ello en el bullicio del mercado semanal, que tanto echamos hoy de menos. En la trastienda del local de los Estefanía, junto a viejos maniquíes, corsés de varilla importados de París y estanterías cargadas de pantalones de mahón y camisones de felpa, se hacían tertulias, a las que asistían el escultor Emilio Sobrino Mier, el embajador José María Saro, el médico Juan Antonio Saro, el farmacéutico Antonio Mijares y Cayetano Rubín de Celis, entre otros, y en las que el anfitrión obsequiaba a los tertulianos con manzanas y sidra elaborada por él en una huerta que tenía en La Carúa. Algunos días, Emilio Sobrino llevaba a bordo de un parsimonioso “seiscientos” a Jayo hasta la Cuesta, y los dos, allá arriba, reverdecían recuerdos comunes y saboreaban como nadie la grandeza del paisaje.

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 11 de noviembre de 2023). 



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martes, 21 de noviembre de 2023

JOSÉ ANTONIO PARADA CASTELLANO, UN ARTISTA EXTREMEÑO AFINCADO EN CANTABRIA



El adulto es un niño con muchos años


Singular exposición de José Antonio Parada Castellano en Torrelavega 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Nacido en Hervás, Cáceres, en 1965, José Antonio Parada Castellano es licenciado en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco. Reside en Torrelavega y ejerce la docencia como profesor del Colegio Castroverde de Santander.  

Parada, que había obtenido el Premio Nacional de Dibujo y Pintura de Jóvenes Artistas, expuso en septiembre de 2023 un conjunto de dibujos en la acreditada Cristalería Robledo de Torrelavega. La muestra tuvo lugar en un reducido y coqueto espacio expositivo en la calle Consolación. Tanto la obra expuesta como la sala constituyeron para nosotros una agradable sorpresa. 

"El adulto es un niño con muchos años" fue el título de la exposición de José Antonio Parada. Una inquietante metáfora de un diálogo entre la ilusión del niño abriéndose a la vida y la visión y la experiencia, a menudo tan frustrantes como limitadas, de las personas mayores. 

El artista crea una atmósfera un tanto subyugante y perturbadora, que permite al espectador, no obstante, un margen para la libre interpretación, y propone una iconografía entre lo onírico y el relato fantástico. 

El artista extremeño.











domingo, 3 de septiembre de 2023

RODOBALDO RUISÁNCHEZ, UN SACERDOTE LLANISCO PREDICANDO EN EL DESIERTO

 



OPINIÓN                                           


Un cura predicando en el desierto


Rodobaldo Ruisánchez, fallecido en abril, dejó un gran archivo personal sobre el Llanes del siglo XX 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

A Rodobaldo Ruisánchez Blanco, nacido en Sagua la Grande, Cuba, en 1928, la guerra le pilló en Llanes con ocho años de edad. Jugaba a las canicas en el Paseo, miraba de reojo la alterada cotidianidad con los ojos muy abiertos y se le iban quedando en la retina imágenes sueltas. No era raro ver cruzar por allí, camino de las oficinas del Frente Popular ubicadas en la casa de Victorero, al médico socialista José de la Vega Thaliny, organizador de los hospitales de sangre en los requisados palacios de Santa Engracia, Partarrío y Los Altares:

“A varios críos de las escuelas públicas nos convocó una vez Thaliny en su casa de la Avenida de la Paz y nos entregó huchas, con el encargo de que fuéramos a pedir por la calle donativos para el Socorro Rojo Internacional”.

Doce o catorce años después de aquellas vivencias, Rodobaldo se haría sacerdote en el seminario de Oviedo y teólogo en la Universidad Pontificia de Salamanca, y ejercería sus primeras misiones pastorales en Mieres (años 50), Oviedo (parroquia de San Juan el Real) y Salas. Se trasladaría a Argentina a través de la Obra para la Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana (OCSHA), y allí transcurrió la mitad de su vida. Fue capellán castrense en Buenos Aires, conoció a Jorge Bergoglio (el actual Papa Francisco) y colaboró en la diócesis de San Rafael, provincia de Mendoza, con Raúl Primatesta, el arzobispo al que asociaciones de derechos humanos habrían de vincular después con la dictadura militar argentina (1976-1983).

Tras regresar definitivamente a Llanes en 2013, cumpliría en la parroquia el trabajo de un disciplinado cura de refuerzo. Al igual que Kant en Königsberg, transitaba puntualmente por la rutina, siempre con LA NUEVA ESPAÑA bajo el brazo y un puro entre los labios, y decía tener “tres banderas”, en alusión a los países que marcaron su vida: Cuba, España y Argentina.

Era un erudito. Publicaba libros, escribía artículos en EL ORIENTE DE ASTURIAS y hacía aportaciones en el campo de la música, a la que se sentía atraído desde la niñez por influencia de Marino Soria, el fundador de la Schola Cantorum. Compuso piezas en colaboración con el musicólogo Ramón Sobrino Sánchez y con Luis Díaz García, el párroco, y participó en la grabación de la sublime “Misa Llanisca” en 2009.  

Fue el biógrafo del eminente internista José Sordo Álvarez (1885-1958), uno de los llaniscos más importantes del pasado siglo, al que dedicó dos libros. En ellos recrea el paisaje de una época y traza el perfil de un médico católico, “maestro en el arte de curar y de cuidar” y pionero de lo que hoy se entiende como medicina integral, volcado en la atención a las familias humildes. Durante la guerra, y pese a estar considerado “de derechas”, Sordo no fue molestado por las autoridades republicanas (ello fue debido, quizás, a la protección que le dispensó Thaliny o al hecho de que había curado de una dolencia a Ramón Gónzalez Peña en el Hotel Victoria). En el relato biográfico se destaca convenientemente que el galeno disponía de laboratorio propio y que había incorporado a su consulta el primer aparato de Rayos X que conoció Llanes.

Con la publicación de esas monografías, sin embargo, Rodobaldo tendría la frustrante sensación de haber predicado en el desierto. Perplejo y resignado, la tuvo al menos dos veces: en 2018, en la entrega del título de Hijo Predilecto de Llanes al médico Ramón Sobrino de la Vega, oyó decir alegremente al presentador del acto que el homenajeado había sido el primero que instaló los rayos X en el concejo; y en 2022, cuando falleció el doctor Sobrino, vería reproducido el enquistado desliz en una nota necrológica del Ayuntamiento.

Rodobaldo nos dejó el 9 de abril. Un desordenado universo de libros de ediciones agotadas, cartas, notas, recortes de prensa y fotografías permanece en una habitación de su casa. 


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el jueves 13 de julio de 2023). 




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ALEMANES EN ASTURIAS (AÑOS 60)

 

Kurt Kiesinger, con su hija Viola y su nieta.

OPINIÓN                                           


Discretas familias alemanas en Ribadesella


Kurt Kiesinger veraneó en la villa riosellana poco tiempo antes de ser nombrado canciller de su país 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Hace ahora sesenta años, las familias alemanas Todenhöffer y Kiesinger pasaron juntas quince días de vacaciones en Ribadesella. Los Todenhöffer (Gerhard Kreuzwendedich Todenhöffer, de cincuenta años, su esposa y dos hijos) ya conocían Asturias, pues el patriarca de la familia, ejecutivo de la empresa C. Baresel Bau-AG, había participado aquí en la construcción de importantes obras hidráulicas, una de ellas en Miranda. Los Kiesinger (el abogado Kurt Georg Kiesinger, de cincuenta y nueve años de edad, su esposa, Marie-Luise Schneider, de cincuenta y cinco, y uno de los dos hijos del matrimonio, Peter, de veintiuno) visitaban nuestra región por primera vez, si bien el joven Peter ya había veraneado en tierras asturianas el año anterior, 1962, en compañía de los Todenhöffer.

En 1969, Gerhard Todenhöffer comentaría en Llanes que los Kiesinger “en ninguna otra parte se sintieron tan a gusto como en Asturias”. Los veranos de entonces transcurrían plácidos. Playas escasamente pobladas. Pocos coches. Veraneantes tranquilos. Kiesinger hizo una excursión a Covadonga y visitó la catedral de Oviedo. Parecía uno más disfrutando de Ribadesella con los suyos, pero en modo alguno era un turista corriente. La Alemania en reconstrucción sostenía la frontera de Occidente en plena ‘guerra fría’, y aquel gigantón se contaba entre los nuevos líderes de la política germana. Militaba en la Unión Cristiano Demócrata (CDU), el partido fundado por Adenauer en 1949, y había sido diputado en el Bundestag (la cámara baja de la República Federal de Alemania). Cuando en 1963 llegó a la villa de Agustín Argüelles ostentaba la presidencia del Bundesrat (la cámara alta) y la del estado federado de Baden-Württemberg. Se alojó en el exquisito Gran Hotel del Sella, y allí recibiría la visita relámpago del ministro español de Información y Turismo, Manuel Fraga.

La carrera del político alcanzó su cenit no mucho tiempo después. En diciembre de 1966 fue nombrado canciller, sucediendo al economista Ludwig Erhard (al que sustituiría igualmente en la presidencia del partido demócrata cristiano). En el marco de una histórica coalición con el Partido Socialdemócrata (SPD), gobernó junto a Willy Brandt, que fue su vicecanciller y jefe de la diplomacia. En las elecciones de septiembre de 1969 la CDU siguió siendo el partido más votado, pese a lo cual obtuvo dos escaños menos que el SPD. El socialdemócrata Brandt, coaligado con los liberales (FDP), tomaría el relevo en la Cancillería.  

En todo ese tiempo, Kurt Kiesinger se sintió señalado por su pasado. Había militado en el Partido Nacional Socialista (NSDAP) y formado parte, entre 1940 y1945, del departamento de radiodifusión del Ministerio de Asuntos Exteriores de Ribbentrop (un puesto que consiguió por mediación de su amigo Todenhöffer). Tras la derrota del Tercer Reich, fue detenido por los norteamericanos y sometido a un tribunal de desnazificación, sin que se encontraran en él indicios de delito. El futuro, sin embargo, habría de reservarle una campaña de furiosos y persistentes ataques a su persona en la prensa, especialmente por parte de la activista berlinesa Beate Klarsfeld, esposa de un judío francés superviviente de la persecución nazi.

Gerhard Todenhöffer, por su parte, arrastraba un pasado no menos comprometido: afiliado también al NSDAP, había sido en Marburgo dirigente de la Unión Nacionalsocialista de Estudiantes Alemanes, perteneció a las SA (las divisiones paramilitares de los ‘camisas pardas’) y llegó a tener contactos con Martin Bormann, el secretario privado de Hitler. 


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el miércoles 2 de agosto de 2023).